jueves, septiembre 27, 2007

¡ATENCIÓN! ¡ATENCIÓN!













Este próximo 1 de octubre, dentro de la 8a. feria del libro que se llevará a cabo en Zacatecas, Ediciones de Botella presentará sus más recientes libros, La luz en pared de Pinto Márquez y Cuando los locos ya no se crean Napoleón de Óscar Édgar López Estarán los autores y comentarán Mauricio Moncada y Mayra M. Macías. Los esperamos en Plaza de Armas a las 17:00 hrs. y de ahí, pa no faltar a la tradición, derechito y sin escalas a La Taberna.
Pd. Un agradecimiento muy especial a todos aquellos que nos han echado la mano desinteresadamente, a Rubén Flores, a Sergio Becerril por diseñarnos la portada de La luz en la pared, a Mauricio Moncada, a El Oscar, a Oliver, a Emerick ilustrador de nuestro proyecto, a José Ángel y su raiting, a todos los que me faltaron pero que ya sabemos quines son, muchas gracias. Y sí, hay Ediciones de Botella para mucho rato.
Atte. Los Animales de Botella (Luis Miranda, Salvador Padilla y yo mero)

martes, agosto 28, 2007

...y se hizo la presentación


"El espejo roto del río"






Javier Acosta, José Ángel Higuera y Luis MIranda





Hace ya unos dias que se presentó el libro de José Ángel Higuera, "El espejo roto del río", para ser honestos, nos fue mejor de lo que se esperaba, la gente acudió a la cita y casi empezamos puntuales. Los Animales de Botella llegamos temprano, acomodábamos los libros, veíamos la sala vacía y, aunque no lo dijera ninguno de nosotros, los nervios iban en aumento, hacia más de un año que la editorial que creamos no había presentado ningún trabajo y de cierta manera habia miedo. Pero la gente llegó y otra vez, Los Animales de Botella nos sentimos vivos. Y cumplimos con la amenaza, de ahí a La Taberna, de lo que pasó después de unas cuantas cevezas no me acuerdo. Quisiera agradecer a todos lo que fueron, a los que no fueron y nos echaron buena vibra, a los que fueron nada más a tirar mal rollo, a los que llegaron al final, a esos, los que nunca pueden faltar, que sólo van por el vinon y entablan pláticas de intelectuales, gracias a Oliver López por los separadores de tan chidos que nos regaló. A todo ellos gracias. Ah, gracias también a la prensa, que estuvo toda la presentacion y comentó el evento, al canal de televisión, a la radiofusora, a todos ellos. Gracias y ¡SALUD!


Les dejo aquí unos poemas de José Ángel


no duela la ausencia
sino el camino cubierto de flores
que hay que recorrer
para llegar desnudos
de toda compañía



ya casi es de día
te miro en el alba de cabellos rojos
la cigarra que fumaba la noche se ha apagado
el grillo cantó su última entonación
sostienes en tu mano derecha
un espejo nuevo donde no aparezco
yo sostengo otro
ya no eres tú

viernes, agosto 10, 2007

El espejo roto del río




Número 7 de las ediciones de botella
Estimados lectores, el próximo viernes 17 de agosto se publica el número 7 de las Ediciones de Botella, se trata de el libro de poesía EL ESPEJO ROTO DEL RIO de José Ángel Higuera, los comentarios estarán a cargo de Javier Acosta y Luis Miranda. La cita es en la Casa Municipal de Cultura a las 8:00 p.m. Habrá mezcal de honor y probablemente galletas saladas con salsa San Luis.
Los Animales de Botella y uno que otro parroquiano invitan.
P.d. De ahí, la siguiente parada es en La taberna, nomás pa' recordar.

lunes, julio 30, 2007

Las apagadas danzas


las campanas atrapan
la alharaca ajada
pasan almas largas avasallan
anclas apalabradas al alba
aplastan al alacrán
a la araña avara
atrás las parcas batallas
cantan la mañana
bajan al mar
tragan la argamasa arcana
arrasan las malas llamas
las trampas
las ratas
la alrrastrada ala
matan la paz flaca
la ya cansada paz
la mansa
la callada
la apantanada paz
tan ancha
tan amarga

lunes, julio 09, 2007

...y entre la sístole y la diástole habia un viento terrible y tierno estrujándole el corazón



Hace ya más de un mes que regresé de Monterrey. Las carreteras me dan miedo por las noches; también el ruido de los grandes camiones, la cercanía tan furtiva, el encontronazo, el claxon y el cambio de luces. Me da miedo que los autos y los árboles y las líneas blancas y amarillas pasen de una manera tan veloz. Pero mientras regresaba, me daba miedo ver a Santiago tan imperturbable, tan tranquilo, como si todo ese tiempo que pasó en Monterrey hubiera sido un mal sueño que todos soñamos excepto él. Lo toqué en su espalda desnuda y pude sentir la cicatriz, nueva, casi fresca. La volví a tocar por encima, como si la acariciara, volví a sentir su piel partida, ajada, pero Santiago me ve, sospecha mis ganas de llorar y sonríe sólo para recordarme que él está bien, le sonrío pero no logro engañarlo, nota mis lágrimas y se enoja. Tiene un enojo perpetuo hacia la tristeza. Dentro de diez días regresamos a Monterrey, Me sigue dando miedo el camino. Cuando lleguemos allá no va a haber nadie que nos espere, nos iremos casi directamente al hospital, tal vez lo conecten a todos esos aparatos a los que estuvo conectado, pero tengo la esperanza y hasta la fe de que no será por mucho tiempo. No importa, igual que la vez anterior vamos a regresar, tal vez con unos kilos de menos o con la sensación de muerte en cualquier esquina o con el olor a sangre en cualquier semáforo o con el asco inigualable hacia las cucarachas o con un paquete inmenso de medicinas. No nos importa, vamos a regresar.

miércoles, marzo 14, 2007

La noche de los laberintos (cuarta entrega)



Un grito se enredo en el árbol de los fantasmas. Eso dicen.

Fue el hijo de doña Petra el que vino a avisarnos, yo apenas iba llegando del jale (1) y salió ella toda contrariada, dónde anda el Zancas, nos preguntó, volteamos a vernos, nadie contestó, seguramente estaría con la Carmen, pos’ este anda diciendo que lo fregaron allá en el arroyo, dijo doña Petra señalando a su hijo, como ven, nos damos una vuelta, ya ven que al Zancas le tiene re mala fe, pero nomás yo me levanté, pos quién se iba a animar a fregar al Zancas, nos fuimos la doña, su chavillo y yo, cruzamos ahí por Santa María y cada vez estaba más oscuro, yo iba pensando que el hijo de doña Petra era un méndigo crío mentiroso, porque lo buscamos entre el arroyo, entre todo ese hierberío y nada, casi nos regresábamos cuando doña Petra lo vio, ay cabrones, qué le hicieron Zancas, grito doña Petra, ni siquiera lo conocí, aparte estaba bien oscuro, pero sabía que era él, donde está Rogelio, me preguntó, me quedé callado y volvió a preguntar lo mismo, doña Petra se puso a buscarlo, pero antes su hijo ya había bajado otra vez a avisar al barrio, se tardaron un chingo (2) en llegar, aunque ellos digan que se vinieron luego luego, unos se quedaron a buscarte, quemándose los dedos con los cerillos, con los encendedores, gritando tu nombre, nosotros traíamos al Zancas. Cuando llegamos a la luz, sentí que las piernas no me aguantaban, le vi la cara, era un amasijo de carne molida, negruzca, enlodada, y su vientre cubierto de lodo y sangre, le levante la playera y descubrí una piel inundada de ojos sangrantes, tenía más de seis piquetes, hondos, con saña, quise aferrarme bien a él y mi dedo se hundió en una de sus heridas, estaba caliente, también lo picaron en la espalda, en la pierna, vi mi mano que escurría sangre del Zancas, como si mi mano fuera parte de su cuerpo, él no se quejaba, sólo preguntaba por ti, por el Role, nosotros le decíamos que no tardabas, que ya mero ibas a llegar, busquen a Rogelio, fue lo último que le escuché, de repente su cabeza quedó colgando, ya no pudo sostenerla, quedó con los ojos abierto, como mirando hacia el arroyo, como si te buscara. Pinche Rogelio, por qué te fuiste.
Foto: Manuel Álvarez Bravo
.

martes, marzo 06, 2007

La noche de los laberintos (tercer entrega)


La noche estuvo fría, temblororsa.

Undostres. Undostres por mis amigos y por mí. Se escuchaba el grito y salíamos de nuestros escondites, jubilosos por el rescate, porque había que patear de nuevo un bote lleno de piedritas y correr a todo lo que daba nuestro pequeño y desnutrido corazón, alcanzar el sitio más oscuro, el más alejado, hacer complicidad con los perros y con los señores, con las señoras, aprenderles a los más grandes las maneras de esconderse, elegir el sitio y nunca declararlo, tener uno o dos o tres o más escondites, para que nunca nos descubrieran, a veces los mas grandes ayudaban, decían cual era el mejor lugar, cual era el prohibido, para donde no había que correr, como había que aguantar la respiración en medio de la oscuridad. A mí el Jorongo siempre me ayudaba, nada más me hacía señas y ya sabía yo para donde correr, o me hablaba quedito y me decía: Role, hágase para acá, métase entre esas piedras, póngase atrás de los botes de basura, métase a la zanja, no Role, más allá del arroyo no vaya.
El Jorongo era moreno, no muy alto, fuerte, se le notaban toditas las venas cuando hacía fuerza, cuando jugaba con nosotros al caico y pasábamos horas debajo del sol arrastrando las rodillas, las manos. También las venas se le saltaban cuando se enojaba, cuando subían los borrachos del Barrio de Santa María y cruzaban la calle mentando la madre a todos, y siempre el primero que respondía era el Jorongo, se quitaba muy despacio la camisa, se ajustaba el cinto y se ponía delante del que fuera, de los que fueran, primero trataba de calmarlos, pero había quienes nada más pasaban para pelear con él y le decían: tu me gustas Jorongo, vamos partiéndonos la madre. Y él nunca decía que no, se hacia para atrás, dejaba junto a su ropa los lentes y se movía despacito, flotando, como si estuviera en un juego o en una extraña danza, nunca hablaba, se dejaba ir, golpe tras golpe, unodostres, en las costillas, en la nariz, unodostres en los ojos, siempre hacía adelante, atinando más de los que recibía, con la sangre del otro marcando su ropa, unodostres, sus nudillos. Él nos enseñó a pelear. Nos llevaba al campo donde jugábamos fútbol y nos ponía a correr, horas y más horas corriendo, oliendo la basura, el estiércol de los cochinos, sintiendo el sol azotándonos la espalda, quemándonos el pellejo. Undostres. Unodos. Unodos. Tire primero la izquierda, luego la derecha. Rápido, más rápido. Unodos. No bajes por el arroyo Zancas. Unodos. Gire la cadera Role, ándele, más fuerte, eso, suba la mano, cuídese la barbilla, más arriba. Unodos. Los del Peñasquito van a fregarte. Unodos. Eso, ahí, no la baje porque le van a pegar, no la baje. Ya ve, por eso le pegan, porque no me hace caso, si la vuelve a bajar le doy más recio a ver si aprende. Tírelo derecho, con puros volados le van a partir su madre siempre. Unodos. Corre Zancas, que no te alcancen. Eso, cuídese la barbilla, ándele, ya ve, así se hace, qué le cuesta hacerlo bien. Póngase más vivo. Unodos. Tú me gritaste que me fuera. Undostrescuatro. Undostrescuatro. Cuando nos enseñó a bailar el primero que aprendió fue el Zancas, se movía fácil, nos decía que nos fijáramos en el Zancas, y el Lupillo se fijó y aprendió pronto y el Esteban también, y yo nomás no podía, órale Role, si no baila no lo llevamos a la fiesta, me decía el Zancas y el Lupillo. Undostrescuatro. Yo vi cuando caíste. Undostrescuatro. Pero ellos eran más grandes que yo, tres o cinco años de diferencia. Undostrescuatro ¿jugamos a las escondidas? Undostrescuatro ellos ya bailaban en las fiestas y yo nomás sentado ahí, al lado de don Tomás, o cuidando las botellas, la mesa, o la reja que servia de silla. Undostrescuatro ¿cuántas veces te patearon? Undostrescuatro. Hasta que llegaba mi mamá por mí o me mandaba hablar con alguien: le habla su mamá Rogelio, que ya se vaya pa’ la casa. Undostrescuatro. ¿para qué ibas con la Carmen? Undostrescuatro. Y me iba caminando todo triste porque ya no iba a ver como bailaba el Jorongo, pero cuando daba vuelta en el callejón, donde estaba la virgen, empezaba a soñar. Undostrescuatro. Voy a regresar Zancas. Undostrescuatro. Primero la izquierda, despacito, siguiendo la música, sin apretar tanto, menos tieso. Undostrescuatro. Unodos. Yo vi cuando te picaron. Unodos. Sin dejar de moverse. Unodos. Rematando con la derecha, cubriéndose la barbilla, tirando el recto o el oper. Unodos. Unadostres. El tiempo se acerca. Unadostres. Unadostres. Por mis amigos y por mí. No Rogelio, no vayas más allá del arroyo.

martes, febrero 27, 2007

La noche de los laberintos (segunda entrega)



Hace meses que no llueve.

—Ah chingao, a poco es usté’ mi Role, sigue igual de prieto y de chaparro.

Hace ya muchos años que Rogelio se fue del barrio, de Santa Catarina la bella, como ellos le llamaban, y ahora está aquí, regresando por sus fantasmas, ya no es lo mismo, piensa y siente que la mano de el Jorongo va cruzando por su espalda.

—¿Qué pasó Saúl, cómo está?

—Uy, no me joda Role, yo sigo siendo el Jorongo, cual pinche Saúl, usté’ de veras ya ni la hace, por qué fregaos se fue, por qué dejó a su jefa y a su carnal, ¿sabe cuánto tiempo lo buscamos, sabe cuánto tiempo se pasó su jefa esperando una noticia suya?, ni cuando enterramos a su carnal se atrevió a regresar, le faltaron huevos Rogelio, eso pasó.

Él no contesta, el Jorongo lo suelta y se pone delante de él, lo enfrenta, se quita los lentes, Rogelio no recuerda haber visto esos ojos tan pequeños, tan negros, evita mirarlo, le teme. Más allá de su sombra, está una virgen de pintura carcomida que amenaza con desaparecer, ahí, en ese muro están todos sus muertos.

—…

—Usted cree que a mí me hace pendejo, véame a la cara cabrón, ya no es un mocoso, cree que no supe donde vivía, que no me enteré cuando se fue a estudiar, cree que no lo vi en el panteón el día que enterramos a su carnal. Y ni siquiera por eso se acerco a su jefa. Le faltaron huevos Rogelio.

Rogelio ya no se aguanta las lágrimas. El día del entierro estuvo ahí por casualidad, porque el destino se le puso enfrente como un golpe seco y lo arrinconó entre montones de tierra, flores de papel y fantasmas ajenos, empujando, siempre empujándolo, hasta que llegó a la mirada de su madre, deshecha, agotada, imposible, y prefirió no ser él, prefirió seguir siendo el que no existía.

—…

—Pasamos un chingo de tiempo buscándolo en el CERESO en los hospitales, en los basureros, en los panteones y de usted ni una puta noticia, me fui al norte y allá estuvehasta que un día lo vi salir de una casa, y al día siguiente de nuevo, entrar y salir y luego volver a entrar a la misma casa, pero ya habían pasado siete años Rogelio, siete pinches años creyendo que estaba muerto.

—…

Hace ya tantos años que Rogelio se fue, después de esa noche quiso olvidarse de todo, le dolía regresar sus pasos a donde mismo, no podía, todos los recuerdos eran una piedra enorme en la espalda, en los pies, en medio de las costillas, y por eso regresó hasta ahora, en las noches aún siente ahogarse y ve la imagen de el Zancas tirado a la orilla del arroyo, con la boca y los labios y el cabello confundiéndose entre el lodo y la sangre. Vete, le dijo el Zancas, y Rogelio obedeció.

—Su jefa se resignó a tenerlo muerto, a rezarle, a aceptar que en esta vida iba a morirse sola. Le faltaron huevos Rogelio, eso fue lo que pasó.

—…

Saúl Martínez, el Jorongo, lo suelta, avanza lento y da la vuelta por el callejón, aprieta los puños, la boca, se detiene, voltea la cabeza y vuelve a mirar a Rogelio, quisiera decirle que está feliz de que haya regresado, deja de verlo, camina, se pone los lentes y, sin que nadie lo vea, se limpia las lágrimas que brotan por debajo de ellos.

viernes, febrero 16, 2007

La noche de los laberintos (primer entrega)




La noche de los laberintos

No vayas Rogelio, esos cabrones van a matarte.

Creí que nunca regresarías, después de esa noche nadie te volvió a ver en el barrio. Por qué huiste Rogelio. Te estuvimos buscando días y días y días, la pobre de tu madre se fue haciendo chiquita, jorobada, tu ausencia se le montó a la espalda y el no saber de ti le estuvo chingue y chingue hasta que no aguanto más y también se fue. Ves tu casa, ahí, en la ventana por donde tantas veces escapaste, se la pasaba tu jefecita toda la noche, de vez en cuando se asomaba por la puerta, se iba caminando hasta la tienda de doña Chole, y ahí, otra vez, se ponía a esperarte parada a la mitad de la calle, volteando a todos lados como si estuviera perdida, después de un rato iba hasta la esquina, se asomaba al callejón por el que te fuiste, pero no aguantaba la oscuridad, y ahí venia otra vez, caminando sobre las piedras, sobre los charcos, sin dejar que alguien la ayudara, ya cuando estaba frente a nosotros, preguntaba por ti, por su muchacho, por ese hijo de la chingada que una noche sin decir nada abandonó a todos, y nosotros nomás callados, mirando nuestras chánquilas todas aterradas, sin poder verle la cara a tu madre, porque ya para ese rato estaba llore y llore, preguntando por ti, preguntando si no sabíamos nada, diciéndo que por qué chingaos no volvíamos a buscarte si juramos ser como carnales desde chavillos, y nosotros creyendo que estabas muerto, que habías quedado tirado allá en el basurero y los perros o la basura te habían tragado, y nosotros qué le decíamos pinche Rogelio, si cuando fuimos a recoger al Zancas tú ya no estabas, y el Zancas pregunte y pregunte por ti, igual que tu jefecita, pero él no aguanto mucho, lo traíamos cargado entre el Lupillo, el Carlos, doña Petra, creo que hasta don Tomás andaba, cuando íbamos llegando a donde esta la virgen, luego luego sentimos cómo se aflojó y doña Petra se agarró grite y grite, yo lo estrujaba, Rogelio, le decía que se aguantara un poquito, que aguantara, hasta que don Tomás nos dijo que lo recargáramos ahí en la esquina, al lado de la virgen, y yo a fuerzas quería pararlo, abrirle los ojos, hasta que don Tomás o no sé quién me dio unas cachetadas, me decía que me calmara, que ya’stuvo, que ya el Zancas no estaba sufriendo, en eso bajó la mamá del Zancas, como que ya sabía, porque llegó y ni siquiera preguntó qué tenía, lo abrazaba fuerte, de vez en cuando lo soltaba, le limpiaba el lodo de la cara, le besaba los ojos, con las manos llenas de sangre le hacía el pelo hacia los lados, y el Zancas ahí, todo flojo, con su camisa llena de lodo, de sangre, con los zapatos de no sé quién chingados marcados en todos lados, con la cara hinchada de tanto madrazo, la jefa del zancas sólo preguntaba que quién había sido, quién fregaos se había animado a hacerle eso a su hijo, por qué a él si siempre fue tan derecho, no paraba de llorar; se le arrimó al Lupillo, nomás lo vio y el Lupillo sin saber qué decir, ni se movía, apretó los dientes, nomás dijo que ora sí iban a ver esos cabrones, se fue corriendo por el callejón y ahí vamos todos atrás de él, corriendo, subiendo por el empedrado, apretando bien fuerte el tubo, el palo, la cadena, la piedra, el filero, corriendo llegamos hasta Santa María y no había nadie, el Lupillo empezó a gritar que salieran, que no fueran tan hijos de la chingada y nadie se asomaba, nadie salía, y el Carlos se agarró tirando piedras a las casas y nosotros igual, a romper los vidrios, a patear las puertas y no se animaban a salir, luego alguien grito que fuéramos para el Refugio, ya partíamos para allá, cuando oí que me gritaron, era el Rascón y que me regreso bien encabronado y el Chotis y el Juan se regresaron conmigo ya a punto de joderlo, el Rascón me dijo que aguantara, que ellos, la raza del barrio no habían sido los de la bronca, que él oyó en el billar que la gente del Peñasquito iba a fregar al Zancas cuando bajara de con la Carmen, pero el Zancas no bajaba por ahí, por que ya sabía que si lo hacía de seguro lo agandallaban, por eso los del Peñasquito lo esperarían ahí por el arroyo, para que no tuviera chance de que alguien le hiciera el paro, lo iban a fregar por lo del Mocho, porque le tenían coraje, porque no aceptaban que había sido un tiro derecho, yo ya me imaginaba, esos gueyes nunca quedaron contentos, y eso que ellos empezaron el pleito, si no hubieran picado al Lupillo por la espalda, el Zancas no se hubiera metido y el Mocho no estaría muerto, pero siempre fueron así de gandallas. No sé cómo paso, pero ya cuando acordé el Rascón y otros batos de ahí de Santa María corrían a nuestro lado para buscar a los del Peñasquito; ya sabían que subiríamos por ellos, por eso, antes de llegar al último poste de luz, comenzaron a llover piedras de todos lados, al primero que le dieron fue a Esteban, y nosotros ni siquiera veíamos dónde se escondían, nomás zumbaban las piedras, caían en el suelo y una nube de polvo se levantaba, o rebotaban en la cabeza o en la espalda o en el pecho o en cualquier parte del cuerpo de los que ahí andábamos, por eso mejor nos regresamos hasta donde las piedras no llegaban y ellos ni madres que se animaron a salir de la oscuridad de los callejones. El Rascón agarro al Lupillo de el brazo y le dijo que se apresurara, que se metieran al callejón por donde antes estaba la carpintería, todos corríamos atrás de ellos, pero antes de salir del callejón se paró el Rascón y dijo que nel, que no fuéramos gueyes, si nos veían por la barranca nos iban a madrugarnos otra vez, por eso nos aguantamos ahí un ratillo, a nosotros no se nos ocurría por donde llegarle a esos cabrones, pero a un camarada del Rascón se le prendió el foco, nos hizo una seña y comenzó a caminar, luego a correr y lo seguimos dos o tres callejones hasta llegar a la huerta, había que cruzarla, rodear la barranca y caerles por atrás, por los lados, hacer que bajaran por la barranca y agarrarlos ahí, afuera de la oscuridad, ahí, donde ya nadie pudiera hacerles el paro.

martes, enero 30, 2007

La última y nos vamos

Llegué ahí cuando tenía 17 años, estaba en la preparatoria y mis encuentros con el alcohol ya eran frecuentes. Goyo entró a trabajar la cantina y El Pareja, El Peludo, El George y yo preferimos cambiar nuestras andanzas de callejones a La Taberna. Por lo general nuestro bolsillos estaba casi vacíos y tomar en la cantina representaba casi un lujo, Así que optábamos por comprar nuestro vino afuera y llegar ahí temprano, jugar al billar y emborracharnos antes de que llegara Don Silver (el dueño) con la botana. Poco a poco Don Silver nos fue adoptando y comenzó a tolerar nuestras visitas aunque no consumiéramos, finalmente siempre habría un mandado que hacer y para eso estábamos nosotros. Ahí conocí a gente que hasta hoy somos amigos, pero hubo personas que me influenciaron demasiado. El Ingeniero Humberto, siempre me invitó cervezas y cigarros, me prestó dinero que aún no pago y siempre dijo que sería un buen escritor, él fue quien leyó mi primera publicación en una revista y la presumió ante todos, el logro también era suyo. El Rusty me regañó tanto por no leer escritores extranjeros, que entre tequila y tequila fue sacando libros de su mochila como si fuera un mago y me insistió en que leyera a Joyce, Sartre, Mallarme, Valery, Flaubert y otros tantos que aun no leo ni siquiera su biografía. Llegó el día en que conocí al Doc. Padilla, y las ansias de escribir nos fue llevando desde José Alfredo Jiménez hasta Ramón López Velarde, no se cuanto tiempo pasó y se unió Berny, joven de mi edad que también traía las palabras haciéndole jirones las manos, compartimos el humo y el trago, discutíamos sobre los apoyos de gobierno y la poca facilidad de publicar, fue entonces cuando nos decidimos y después de algunas cervezas, en una servilleta firmamos el pacto de crear una gaceta donde nosotros nos publicaríamos; se llamaría Pavesas de Tinta-mar, aunque apenas eran tres hojas tamaño carta dobladas por la mitad, sirvió para que otros se animara a hacer lo mismo, pocos lo reconocen. No importa. Conocí a Don Héctor y tantas y tantas canciones que siempre cantaba, le parendí sus dichos o por lo menos se los escuché a él por primera vez (si Pitágoras no es pendejo, dos viejas cuatro chichas; yo lo sé todo, hasta la hipotenusa del cateto adyacente; cuando filman escenas peligrosas me llaman a mí; etc) al Abogado y su acervo de albures, a los Domineros, a Deivid que en mi época de alcoholismo siempre me dio asilo en su casa, al Galaxias, que era, y es de otro planeta; a Coral, que me llevó a disfrutar la piel y la imagen de las prostitutas; a Luis Miranda, que se integró al proyecto de la gaceta y otra vez, en una mesa de La Taberna, pusimos el acuerdo del proyecto Editorial Animales de Botella, que aún sigue con vida, aunque a muchos no les importe y les disguste, Ahora Luis es parte de la banda. La cantina era nuestra, éramos familia. Durante siete años La Taberna fue refugio y casa, sus paredes, ahora vacías, estaban llenas de recuerdos. Fueron 7 años, en ese lapso de tiempo murió Rusty un día de enero del 2001, murió don Silver en septiembre del 2002, fue él quien nos apodó Los Talibanes. Se nos adelantó también el buen Hermilo, de Monterrey que le iba a los rayados, y Don Chava, el más bueno de los Domineros, papá de Goyo y amigo de toda la perrada (a güigüi). Se casó el George, ahora es radiólogo y tiene un hijo, también se amarró el Goyo, tiene un hijo y sigue estudiando ingeniería, fue el último cantinero de “nuestra” Taberna, Jorge o el Julián, se casó con su eterna novia, tiene un hijo y fue él quien vendió la taberna, Berny fue el siguiente en casarse, ya tiene un cuadernillo de poesía publicado y una hija hermosa, El Peludo pronto será psicólogo, también se casó. Luis Miranda sigue siendo el soporte de la editorial. Padilla ya publicó su Polimorfo amor y sigue enamorado de José Alfredo JIménez. A Lufe ya no lo veo. Yo todavía no soy escritor, me he casado y mi esposa espera mi primer hijo, no he acabado la universidad y ya fui al DF. El Parejita sigue igual, soltero, pedote y siempre amigo (menos de los gringos).

Que por qué escribo esto? Simple, El Julian vendió la Taberna y hemos sentido como si nos desalojaran de nuestra casa, como si todos estos años de borracherra no hubieran servido de nada. Ahora sí, la última y nos vamos... SALUD¡¡

lunes, enero 15, 2007

Posdata


Ahora que la luz es una telaraña hecha de sombras, el aire se descuelga pr la cortina, los pájaros se siguen incendiando en el sol que se marcha. Permíteme penetrar a esa selva de flores mutiladas que guardas en tu cama, apaga las luces, cierra esa ventana, tengo frío. Va a llover en el próximo parpadeo de nubes. Guarda tus olas de mar en cielo, me perturban, equivocan el rumbo y son tu fría sábana, tu fría espera, tu frío. Espera, no duermas todavía, olvídate de esa distancia, baja las manos, oscurece mis lunas, mi ataud de cenizas frecas. GUarda silencio ¿qúe no escuchas ese ruido que la ausencia tiene? Tengo frío, mucho frío, y tu cuerpo tan cercano, tan desnudo, tan incierto, tan lleno de hojas amarillas y grises y negras, y negra la boca de este suelo que me traga. Deshójate mujer, atravieza ese río de humo que se enreda en mi cuello, pero espera, espera otro poco, no te vayas ahora que el cielo tiene un ojo ciego. Tu caricia no es humilde, me somete.


Escribe una carta, para romperla y hacer olvido, o sueño, o bestia, detén el tiempo, que mi insomnio siga abriendo canales en esta noche, espera, no te vayas todavía, déjame llorar a orillas de la niebla, necesito desangrarme, consumirme al pie de tu escalera. Tengo los brazos rotos por no esperarte siempre, por traer tu corazón untado en el trigo de estas manos muertas.


P.D. Usted que se calla en los labios de otro, visite mi silencio de vez en cuando.


Ella se fue, tenía la piel azul y una cruel agonía pisando sus pasos, no me dijo nada, se fue con la memoria hecha olvido, ella no espero, el mar que traía en las manos le hacía jirones el día. Ahora habita en otras distancias, a lo lejos se oye el cantar de una sirena que nunca ha visto el mar, yo aquí la espero, con el resto de mis huesos creando ruinas.

lunes, enero 08, 2007

La muerte en peligro

Poner a la muerte en peligro
es retratar la pesadilla
de zopilotes desvalidos,
es salir al océano de lámparas,
adherirse al naufragio
y alcanzar la angustia.

Para poner en peligro a la muerte
hay que brotar de las paredes
en el susurro de la locura,
huir del mar que nos habita,
de la agonía de la serpiente,
de los viejos remolinos ciegos
cuando la mañana se estremece
en la posibilidad de las ventanas.
Se tiene que viajar a empellones
en la realidad del asfalto,
hay que cercar a los ángeles,
a la puerta y su sonrisa,
hay que dejar caer la tierra
en la llave de la verdad.

Se tiene que colgar la imagen,
el sudor,
fumarse las horas envuelto en el miedo
frío de unos ojos,
esperar las ciudades inconclusas,
buscar en una cama de lirios
la guerra clandestina
y ser cómplice del fuego.

Poner en peligro a la muerte
es vivir...
vivir en la breve magia del absurdo

jueves, enero 04, 2007

Hoy que la mañana me llegó a paso de fantasmas, me vestí con una sombra que no era mía, adiviné encontrarte al principio o al final de la escalera, pero tu ausencia me llegó en otras bocas. La torre de los ahorcados se desplomó, mis viejos castillos caminantes esperaban una sonrisa atrás de los cristales. Iluminé mi ciudad pensando en tus calles de piel, en tu frontera de luz, pero la impaciencia de tu historia me cayó en las manos, en el eco de estas manos que se sorprenden de tu desnudez a la hora de la muerte.

Esto es una carta que se frustró, es el frío de tu soledad a deshoras, es la pequeñez de mi palabra frente a las olasdemarenmano, es tu azul, es la congoja de tu llanto cayendo en los cuerpos blancos que no florecen, esto es la mínima parte de lo que hoy te extraño.

P.d. Tan inmensa eres que el mar te cabe en las manos

miércoles, enero 03, 2007

Esto bien pudo ser una emergencia de realidad, el problema es irse cuidando de las correrías de ladrones, del gorgoteo de esos pequeños ecos que van transcurriendo entre paisajes sin la recurrente esquina. Bien pudo ser un espejismo, una noche o la selva de espadas que apenas logra ser un crepúsculo.
Pudo ser todo esto, pero deseo que fueras tú.