martes, marzo 06, 2007

La noche de los laberintos (tercer entrega)


La noche estuvo fría, temblororsa.

Undostres. Undostres por mis amigos y por mí. Se escuchaba el grito y salíamos de nuestros escondites, jubilosos por el rescate, porque había que patear de nuevo un bote lleno de piedritas y correr a todo lo que daba nuestro pequeño y desnutrido corazón, alcanzar el sitio más oscuro, el más alejado, hacer complicidad con los perros y con los señores, con las señoras, aprenderles a los más grandes las maneras de esconderse, elegir el sitio y nunca declararlo, tener uno o dos o tres o más escondites, para que nunca nos descubrieran, a veces los mas grandes ayudaban, decían cual era el mejor lugar, cual era el prohibido, para donde no había que correr, como había que aguantar la respiración en medio de la oscuridad. A mí el Jorongo siempre me ayudaba, nada más me hacía señas y ya sabía yo para donde correr, o me hablaba quedito y me decía: Role, hágase para acá, métase entre esas piedras, póngase atrás de los botes de basura, métase a la zanja, no Role, más allá del arroyo no vaya.
El Jorongo era moreno, no muy alto, fuerte, se le notaban toditas las venas cuando hacía fuerza, cuando jugaba con nosotros al caico y pasábamos horas debajo del sol arrastrando las rodillas, las manos. También las venas se le saltaban cuando se enojaba, cuando subían los borrachos del Barrio de Santa María y cruzaban la calle mentando la madre a todos, y siempre el primero que respondía era el Jorongo, se quitaba muy despacio la camisa, se ajustaba el cinto y se ponía delante del que fuera, de los que fueran, primero trataba de calmarlos, pero había quienes nada más pasaban para pelear con él y le decían: tu me gustas Jorongo, vamos partiéndonos la madre. Y él nunca decía que no, se hacia para atrás, dejaba junto a su ropa los lentes y se movía despacito, flotando, como si estuviera en un juego o en una extraña danza, nunca hablaba, se dejaba ir, golpe tras golpe, unodostres, en las costillas, en la nariz, unodostres en los ojos, siempre hacía adelante, atinando más de los que recibía, con la sangre del otro marcando su ropa, unodostres, sus nudillos. Él nos enseñó a pelear. Nos llevaba al campo donde jugábamos fútbol y nos ponía a correr, horas y más horas corriendo, oliendo la basura, el estiércol de los cochinos, sintiendo el sol azotándonos la espalda, quemándonos el pellejo. Undostres. Unodos. Unodos. Tire primero la izquierda, luego la derecha. Rápido, más rápido. Unodos. No bajes por el arroyo Zancas. Unodos. Gire la cadera Role, ándele, más fuerte, eso, suba la mano, cuídese la barbilla, más arriba. Unodos. Los del Peñasquito van a fregarte. Unodos. Eso, ahí, no la baje porque le van a pegar, no la baje. Ya ve, por eso le pegan, porque no me hace caso, si la vuelve a bajar le doy más recio a ver si aprende. Tírelo derecho, con puros volados le van a partir su madre siempre. Unodos. Corre Zancas, que no te alcancen. Eso, cuídese la barbilla, ándele, ya ve, así se hace, qué le cuesta hacerlo bien. Póngase más vivo. Unodos. Tú me gritaste que me fuera. Undostrescuatro. Undostrescuatro. Cuando nos enseñó a bailar el primero que aprendió fue el Zancas, se movía fácil, nos decía que nos fijáramos en el Zancas, y el Lupillo se fijó y aprendió pronto y el Esteban también, y yo nomás no podía, órale Role, si no baila no lo llevamos a la fiesta, me decía el Zancas y el Lupillo. Undostrescuatro. Yo vi cuando caíste. Undostrescuatro. Pero ellos eran más grandes que yo, tres o cinco años de diferencia. Undostrescuatro ¿jugamos a las escondidas? Undostrescuatro ellos ya bailaban en las fiestas y yo nomás sentado ahí, al lado de don Tomás, o cuidando las botellas, la mesa, o la reja que servia de silla. Undostrescuatro ¿cuántas veces te patearon? Undostrescuatro. Hasta que llegaba mi mamá por mí o me mandaba hablar con alguien: le habla su mamá Rogelio, que ya se vaya pa’ la casa. Undostrescuatro. ¿para qué ibas con la Carmen? Undostrescuatro. Y me iba caminando todo triste porque ya no iba a ver como bailaba el Jorongo, pero cuando daba vuelta en el callejón, donde estaba la virgen, empezaba a soñar. Undostrescuatro. Voy a regresar Zancas. Undostrescuatro. Primero la izquierda, despacito, siguiendo la música, sin apretar tanto, menos tieso. Undostrescuatro. Unodos. Yo vi cuando te picaron. Unodos. Sin dejar de moverse. Unodos. Rematando con la derecha, cubriéndose la barbilla, tirando el recto o el oper. Unodos. Unadostres. El tiempo se acerca. Unadostres. Unadostres. Por mis amigos y por mí. No Rogelio, no vayas más allá del arroyo.

5 comentarios:

Vania B. dijo...

Me gustaría ver todas las partes de La noche de los Laberintos juntas e impresas en un libro para deleitarme no solo con el excelente relato sino con el olor a tinta y papel.

Saludos.

Bernardo Araujo dijo...

que le cuesta cabrón que le cuesta... si hasta medio lo empiezo a respetar... chinguele wey y hay que hacerle caso a capsula del tiempo.

Nos vemos el viernes

m. dijo...

hola compa!!!! aquí ya te encontré!! y a seguirte el rastro... me voy a leer estas entregas, pero mañana porque ya me voy...

saludos y nos vemos!!!!

Unknown dijo...

El relato fluye sin contratiempo,sin embargo debes eliminar los localismos que ocultan la universalidad del texto. ¿Puedes cambiar caicos por otro juego más universal o decir canicas u otra versión del juego menos localisa? Bien por el relato..Angel

La Vero Vero dijo...

Supremas letras nuevamente César. Te sugiero -y atendiendo la iniciativa de ángel- que al final de tus escritos hagas una especie de glosario, el cuál servirá para que los que no somos mexicanos (al menos de nacimiento :P) podamos entender tus escritos que tanta idiosincracia local presentan. Y además deberías hacer caso también a Vania (cápsula)sería genial tener tus historias impresas. Un fuerte abrazo.