lunes, septiembre 11, 2006

Desde aquí

Desde aquí,
desde esta ausencia de tu cuerpo en mi cuerpo,
la noche se va acercando
sin ningún difunto descansando en mi sala,
sin nadie que me mire o me ofrezca un pan.
Desde aquí, desde esta noche sola,
los hombres salen a las calles
confundidos en el humo,
se esconden por las esquinas,
acechan a las palomas,
se dejan llevar por el ruido tembloroso de las campanas,
son ellos, los hombres que no olvidan
y tragan puños de tierra,
y gritan
y cantan
y sienten un dolor en los ojos
como si les clavaran agujas en la espalda,
porque no hay río que los lave de su lengua agria,
de sus manos tiesas que no acarician nada.

Desde aquí,
desde esta noche que no escapa a mi ventana,
yo los veo pasar,
bajar por las piedras como si fueran un alma,
y me siento triste,
como si tuviera que llorarles,
como si esperara el temblor de tu pecho
bordeando mis manos
llenando mi cara.

martes, septiembre 05, 2006

Mal de amores


A Él no le importa que llueva. Abre la ventana y pasea su cuerpo desnudo por la habitación, mientras Ella, ahora que parece dormir, deja al descubierto la suavidad de su espalda blanca. Afuera el tráfico está terrible. Desde ese cuarto en el tercer piso puede ver cómo los cuerpos policíacos hacen esfuerzos para quitar el bloqueo que los manifestantes han hecho en una de las vialidades más importantes de la ciudad. No es tan malo, piensa, ahora tendrá un pretexto para llegar más tarde a casa y decirle a su esposa que esta cansadísimo, que el tráfico, que el humo, que los claxonazos martillándole la cabeza, que la policía, que el gobierno, que los vendedores ambulantes con su necedad eterna, que el trabajo, que los jefes, que la lluvia siempre empeorando todo y que en ese momento, lo único que él quiere, es dormir.
Él se sienta a la orilla de la cama y comienza a llorar, sabe que hoy tendrán que despedirse. Fueron cinco años, cinco rápidos años en los que recorrió hoteles y sitios clandestinos sin importar lo que pasara afuera. No quiere dejarla, pero su Esposa comienza a sospechar de sus ausencias, de su frialdad, del poco tiempo que dedica a los niños, de la gente que ha comenzado a murmurar y todo eso se ha convertido en un torbellino que lo ha empujado a tomar una decisión. Se siente estúpido, no debería importarle nada y largarse con Ella a cualquier lugar. Vuelve a recostarse en la cama y descubre los enormes ojos negros de Ella que no dejan de verlo fijamente. Pide perdón, Ella no habla, sus labios brillan y no para de mirarlo; la abraza y el pelo negro, tan lacio, se vuelve una oleada que se deshace en la almohada. Te voy a extrañar, le dice y comienza a besarla, despacio, mordiendo sus labios, la besa, sus manos le recorren la espalda, la punta de los dedos van acariciando desde el cuellos hasta la redondez de las nalgas, surcan un camino nuevo, siente como tiembla cada vez que sus dedos la tocan, con su lengua busca la de ella, una mano sube por el pecho y lo siente caliente, con los pezones duros. Deja de besarla y comienza a pasarle la lengua por el cuello, por el pecho blanco que se deja acariciar sin oponer resistencia. Se sumerge en la dureza de los pezones, los lame, y su mano desciende hasta llegar al ombligo, lo recorre, sigue bajando y cree encontrar una humedad que lo excita cada vez más, sus dedos se convierten en un péndulo entrando y saliendo del cuerpo de Ella que comienza a bajar, lentamente, lo siente, sus pequeñas manos lo acarician, Él cierra los ojos y la sujeta fuerte del cabello cuando siente unos labios recorriendo su pierna, mordiendo, chupando, Ella levanta la cara y él le quita el pelo negro que le cubre los ojos, los ojos negros que no dejan de mirarlo. Ella, con su boca entreabierta, húmeda, brillante, abre las piernas y deja que él vaya entrando en su humedad, en su calor. Empieza a penetrarla, primero con cuidado, pero en ese vaivén recuerda que será el último día que se verán y comienza a arremeter cada vez con más furia, entrando, saliendo, sintiendo como el cuerpo de ella se hunde en la cama y lo recibe. Le muerde el pecho una, otra vez, lo estruja, lo jala, Ella deja escapar un suspiro que suena a lamento, el quejido de va llenando la habitación, se ahoga con su propio aliento, calla, su respirar es leve, no dice nada, sólo lo mira, con sus ojos negros asustados. No te voy a dejar, dice Él, se levanta y de su pantalón saca una navaja de oficina, se avienta sobre Ella y todavía llega a sentir el calor y la rigidez de dos pechos pequeños y blancos, le tapa la boca con un trozo de sábana húmeda, le tapa los ojos, no quiere recordar sus ojos tristes y de un tajo le rebana el cuello, el pecho, Ella poco a poco pierde fuerza, sus piernas abiertas han quedado en el borde de la cama. Cuando a Ella no le queda ni un aliento, Él se levanta de la cama, llora, le dan ganas de morir ahí, a su lado, intenta cortarse las venas pero tiene miedo; los ojos de Ella no brillan y Él siente que le reclaman, no soporta sentirse tan solo, se acerca a la ventana, la mira, pero le resulta demasiado cobarde arrojarse desde un tercer piso, pero piensa que esta vez no pasará desapercibido por el encargado del hotel, se pone nerviosos y comienza a vestirse de prisa. Su castigo será volver a la vida de allá fuera.
Ha pasado una hora, se siente más tranquilo, más confiado en su andar seguro, toma su maleta y abandona el hotel sin que el encargado volteé a verlo. A Ella seguramente la encontrarán mañana o al rato. Eso ya no importa.

En un cuarto de hotel, en el tercer piso, la recamarera se queda sorprendida al entrar al cuarto. De un grito llama a sus otras dos compañeras, pero con el alboroto que se arma también sube el encargado. Todos, en el quicio de la puerta se voltean a ver y ninguno habla, nadie hace nada. Fue un crimen pasional dice de repente una de las mucamas; sí, no hay duda, agrega el encargado. En ese momento todos sueltan una carcajada larga, sonora. La mujer que tendrá que hacer la limpieza en ese cuarto hace una mueca de fastidio, se dirige a la ventana, la abre y un ventarrón levanta el cuerpo de Ella y lo deja flotando por un momento como si fuera un alma en pena, el encargado la levanta de los cabellos, le mira esos ojos negros. Estaba rebuena, dice entre risas antes de depositar en el cesto de la basura una muñeca inflable de ojos negros, labios brillantes y espalda blanca.

Alegoria Nueva

Manuel Álvarez Bravo

lunes, septiembre 04, 2006

Crcues

Está cabrón tanta cruz en el camino.
Fue lo primero que dijo Santiago cuando el radio de su vocho perdió señal. Horas antes había puesto en bolsas de plástico algo de su poca ropa, una fatigada botella de vino, la postal de lo que él siempre supuso era el mar y ningún recuerdo de ella.

Se fue así, de pronto, nomás dijo –a la chingada todo-. Y salió dando un portazo que ella entendió como despedida. Ella se guardó las lágrimas y la poca intención de mentarle la madre, se apretujó las palabras en la garganta y no le dijo que sí, que se fuera a la fregada, que se llevara todas su porquerías y no dejara nada, no, nomás apretó los dientes y ya, sin escándalos, sin gritos, sin vecinas que llevan la oración del santo pa’ que vuelva pronto y preguntan siempre que pasó, cómo sigue, y luego a la hora de la telenovela dicen, pobrecita, verda’ que hasta parece su vida.


***

Julia, ella se llama Julia y tiene los ojos negros.
Julia puso su destino sobre una mesa y se sentó a ver quién se atrevía a tocarlo. Fue cuando llegó él, despacio, como una solitaria hebra de sueño que se resiste al insomnio. Julia, con su poco escote, con la sombra frágil y los pies pequeños, espera recargada en el poste de madera que se viste de basura política; el se distrae un poco y le mira las nalgas sólo por pensar en algo. Julia se sabe vista y afloja un poco la memoria. Él decide ponerle trampas a la vida, busca entre sus bolsas algo que no encuentra y apuesta su tiempo a seguirla por un camino que no le corresponde.

***

La carretera es un largo y enorme gusano petrificado que le ha ido cerrando los ojos a Santiago. Las primeras veces él se asusta y le da miedo pensar en el madrazo que se pondría si se sale del camino, seguro moriría antes de llegar al fondo. Sus manos se crispan en el volante y decide no mirar más al lado del barranco. Baja la velocidad, y enciende otro cigarro antes de que las primeras gotas de lluvia comiencen a morir en el frío cuerpo del parabrisas


***

Julia, con los ojos ya hinchados por tanto tiempo sin dormir, se mira las manos y le resultan ajenas, -¿será posible que los sueños rompan con el equilibrio natural del tiempo?- alguna araña ha tejido el pasado de Julia al borde de la puerta, ese pasado que no recuerda sólo por abrirse las heridas otro poco. Julia esboza una sonrisa que culmina con lagrimas en el precipicio de su mano.


***

Él tiene las manos largas, son como dos trozos de ramas secas que se resisten a caer. Las ojeras lo hacen ver más viejo. Él no es tan viejo, pero la noche fue dura y no dejó que el sueño le cayera por ningún lado; se le veía pasar entre las calles del barrio, en las esquinas donde los más grandes se ponían a tomar mezcal y como todos bebía de la misma botella, se reía de los albures y también discutía por su equipo de fut-bol. Todos le dicen “el Lic.” Y a él le fastidia que lo llamen así, se siente ajeno, se siente un montón donde también están los otros, los que no conoce, los que conoce os que se cruzan por la calle sólo una vez para no volverse a ver jamás en la vida. A él no le dicen “Oso” o “el Flaco” o “el Mecates”, no, ni siquiera le dicen “Chango” como cuando estaba en la primaria. Él se siente solo y evita mirar el reloj porque sabe que tendrá que irse a su casa, y esperar como todas las noches a que ella abra la puerta y le empiece a reprochar porque apesta a cigarro, y él, como siempre, volverá a decir que sí, que mañana llegará temprano y dormirán juntos antes de la media noche.

***

La verdad es que ella ya no aguanta, ha ido de un lado a otro de la casa sin atreverse todavía a salir a la calle. La imagen del espejo le resulta ajena, la mira de una manera cruel y ella se siente como sin aire, como si todo ese mundo, esos sueños se fueran por el abismo del espejo que la sigue mirando.
Hace unas noches oyó tres o cuatro claxonazos y asomó a la ventana queriendo que fuera él, su Santiago. Han pasado dos semanas y de Santiago ni sus luces, ella no quiere salir, teme que al cruzar la puerta la casa se desmorone como si no hubiese algo que la sostuviera.

***

A Julia le duelen los pies. Lleva horas caminando, buscándolo de un lado a otro. Pero nadie lo ha visto. No sabe a quién preguntar, él siempre fue de pocos amigos, bueno, por lo menos ella cree que tuvo pocos, nunca decía que iba con fulanito o que se metía en tal o cual cantina; con la gente del barrio solamente se saludaba y ahí paraba todo; cuando llegaba tarde y Julia le preguntaba en dónde se la había pasado todo ese tiempo; él siempre contestaba que tuvo muchas cosas que hacer y no pudo avisarle. Julia tiene ganas de llorar, pero se aguantas porque la gente voltearía a mirarla y eso le da mucha vergüenza y cuando se siente avergonzada se pone a llorar como cuando su mamá la fue a llevar por primera vez al Zinder y entonces se le correría el rimel, y se imagina cómo se vería esa mancha negra bajándole por los ojos; se vería como él cuando se pasaba toda la noche caminando de un lado a otro, pensando siempre cómo le podría hacer para hacerse pintor, pero de esos chingones, no como el Picasso que nomás se ponía grifo y ya. Él iba de un lado a otro de la cochera preguntándose cómo pintar algo más real, un entierro, una vieja con sus bolsas del mandado batallando para subirse al camión con una sarta de chiquillos atrás de ella, o ya de perdida el mar; pero no, ahora no está él, Julia se desespera y le pregunta a la fuente que borbotea de basura dónde cabronsísimos andará, no sabe, no sabe, le dan ganas de mandar a la chingada todo, se mira las manos y los zapatos ya polvosos por tanta angustia. Julia se mira las manos, se acuerda de las palomas y valiéndole madre la gente y la fuente y la angustia se pone a llorar.

***

Santiago ya no recuerda de dónde viene, ha ido pasando luces, más luces, y ahora todo está callado y oscuro. Hace ya casi una hora que dejó de llover y ahora todo el polvo se levanta con un aroma de humedad que se queda rondando por la nariz. Se siente extraño. Cuando llovía las gotas eran grandes, enormes, bastaban unas cuantas para que todo se humedeciera, él jamás había visto llover de esa forma tan absurda, tan cruel. Pasó por los barrancos con tanto miedo que prefiere no recordarlos, era como entrar en el hocico de un dios babeante, que le pasa la lengua por el cuerpo, que juega con él, que se arrepiente de tragarlo y lo deja a un lado, deshecho y temeroso. Al mirar por el retrovisor y darse cuenta que esa cresta de abismos había quedado atrás se relaja un poco, momentos después de que la cara y las manos y los pulmones de Santiago se llenan de humo, advierte que también la lluvia ha quedado atrás. Santiago se acuerda de ella, su desnudez le sigue corriendo por las manos, por los pies, por la lengua que se resiste a decir su nombre. Comienza a extrañarla y su imagen, antes tan clara, es el reflejo pálido de una sombra que aprisiona la carretera. El radio de su automóvil está muerto, Santiago tararea una canción que confunde con el humo. Es inútil, Santiago ya no recuerda.

***

A ella le gustan los títeres, pero siente la necesidad de comenzar a odiarlos, sus caras se han llenado de tiempo y la sonrisa se ha transformado en una mueca de cansancio. A ella no le gustan los títeres de caras tristes. Su cara, la de ella, quedaba siempre con una sonrisa intacta, iba y venía por la casa enmarañando sus propios hilos y se tiraba a la cama acompañada de una carcajada, nunca supo realmente como quedaba su vida después de que la suerte la tocara o le levantara los sueños que ella ya no pretendía soñar. Por eso quiere odiarlos, porque siente que sus propios hilos se rompen, porque ha pensado en cortarlos y caer ahí, en medio del polvo y ya no oponer resistencia, cortar los hilos y no dejar ya que la suerte decida.


***


Julia ya no puede con tantos recuerdos. Siente que la sombra se le esta haciendo jirones, que ya no la acompaña a todos lados y la ventana sigue tan insoportable desde que él no está. Los árboles cada vez se desnudan menos y Julia aun no lo entiende. También ella se cansa del silencio.

***


Santiago presiente que pronto ha de llegar a cualquier lado y que ya de ahí no se moverá. Se ríe al pensar que talvez ha viajado durante estas horas en circulo y cuando menos lo espere se verá de nuevo tocando la puerta que él mismo azotó queriendo que sonara a despedida.

***

Julia se decide a buscarlo, con una sonrisa fría sube al autobús. La noche es más melodiosa que la misma noche. Julia corre la cortina de su ventanilla. Está cabrón tanta cruz en el camino, piensa Julia y cierra los ojos.

***

Santiago sigue manejando, no sabe cuánto tiempo ha pasado con las manos en el volante y no puede parar. No recuerda cuándo fue la última vez que vio a otro auto. Es inútil. Santiago ya no recuerda.


Fotografia: Manuel Álvarez Bravo