martes, septiembre 05, 2006

Mal de amores


A Él no le importa que llueva. Abre la ventana y pasea su cuerpo desnudo por la habitación, mientras Ella, ahora que parece dormir, deja al descubierto la suavidad de su espalda blanca. Afuera el tráfico está terrible. Desde ese cuarto en el tercer piso puede ver cómo los cuerpos policíacos hacen esfuerzos para quitar el bloqueo que los manifestantes han hecho en una de las vialidades más importantes de la ciudad. No es tan malo, piensa, ahora tendrá un pretexto para llegar más tarde a casa y decirle a su esposa que esta cansadísimo, que el tráfico, que el humo, que los claxonazos martillándole la cabeza, que la policía, que el gobierno, que los vendedores ambulantes con su necedad eterna, que el trabajo, que los jefes, que la lluvia siempre empeorando todo y que en ese momento, lo único que él quiere, es dormir.
Él se sienta a la orilla de la cama y comienza a llorar, sabe que hoy tendrán que despedirse. Fueron cinco años, cinco rápidos años en los que recorrió hoteles y sitios clandestinos sin importar lo que pasara afuera. No quiere dejarla, pero su Esposa comienza a sospechar de sus ausencias, de su frialdad, del poco tiempo que dedica a los niños, de la gente que ha comenzado a murmurar y todo eso se ha convertido en un torbellino que lo ha empujado a tomar una decisión. Se siente estúpido, no debería importarle nada y largarse con Ella a cualquier lugar. Vuelve a recostarse en la cama y descubre los enormes ojos negros de Ella que no dejan de verlo fijamente. Pide perdón, Ella no habla, sus labios brillan y no para de mirarlo; la abraza y el pelo negro, tan lacio, se vuelve una oleada que se deshace en la almohada. Te voy a extrañar, le dice y comienza a besarla, despacio, mordiendo sus labios, la besa, sus manos le recorren la espalda, la punta de los dedos van acariciando desde el cuellos hasta la redondez de las nalgas, surcan un camino nuevo, siente como tiembla cada vez que sus dedos la tocan, con su lengua busca la de ella, una mano sube por el pecho y lo siente caliente, con los pezones duros. Deja de besarla y comienza a pasarle la lengua por el cuello, por el pecho blanco que se deja acariciar sin oponer resistencia. Se sumerge en la dureza de los pezones, los lame, y su mano desciende hasta llegar al ombligo, lo recorre, sigue bajando y cree encontrar una humedad que lo excita cada vez más, sus dedos se convierten en un péndulo entrando y saliendo del cuerpo de Ella que comienza a bajar, lentamente, lo siente, sus pequeñas manos lo acarician, Él cierra los ojos y la sujeta fuerte del cabello cuando siente unos labios recorriendo su pierna, mordiendo, chupando, Ella levanta la cara y él le quita el pelo negro que le cubre los ojos, los ojos negros que no dejan de mirarlo. Ella, con su boca entreabierta, húmeda, brillante, abre las piernas y deja que él vaya entrando en su humedad, en su calor. Empieza a penetrarla, primero con cuidado, pero en ese vaivén recuerda que será el último día que se verán y comienza a arremeter cada vez con más furia, entrando, saliendo, sintiendo como el cuerpo de ella se hunde en la cama y lo recibe. Le muerde el pecho una, otra vez, lo estruja, lo jala, Ella deja escapar un suspiro que suena a lamento, el quejido de va llenando la habitación, se ahoga con su propio aliento, calla, su respirar es leve, no dice nada, sólo lo mira, con sus ojos negros asustados. No te voy a dejar, dice Él, se levanta y de su pantalón saca una navaja de oficina, se avienta sobre Ella y todavía llega a sentir el calor y la rigidez de dos pechos pequeños y blancos, le tapa la boca con un trozo de sábana húmeda, le tapa los ojos, no quiere recordar sus ojos tristes y de un tajo le rebana el cuello, el pecho, Ella poco a poco pierde fuerza, sus piernas abiertas han quedado en el borde de la cama. Cuando a Ella no le queda ni un aliento, Él se levanta de la cama, llora, le dan ganas de morir ahí, a su lado, intenta cortarse las venas pero tiene miedo; los ojos de Ella no brillan y Él siente que le reclaman, no soporta sentirse tan solo, se acerca a la ventana, la mira, pero le resulta demasiado cobarde arrojarse desde un tercer piso, pero piensa que esta vez no pasará desapercibido por el encargado del hotel, se pone nerviosos y comienza a vestirse de prisa. Su castigo será volver a la vida de allá fuera.
Ha pasado una hora, se siente más tranquilo, más confiado en su andar seguro, toma su maleta y abandona el hotel sin que el encargado volteé a verlo. A Ella seguramente la encontrarán mañana o al rato. Eso ya no importa.

En un cuarto de hotel, en el tercer piso, la recamarera se queda sorprendida al entrar al cuarto. De un grito llama a sus otras dos compañeras, pero con el alboroto que se arma también sube el encargado. Todos, en el quicio de la puerta se voltean a ver y ninguno habla, nadie hace nada. Fue un crimen pasional dice de repente una de las mucamas; sí, no hay duda, agrega el encargado. En ese momento todos sueltan una carcajada larga, sonora. La mujer que tendrá que hacer la limpieza en ese cuarto hace una mueca de fastidio, se dirige a la ventana, la abre y un ventarrón levanta el cuerpo de Ella y lo deja flotando por un momento como si fuera un alma en pena, el encargado la levanta de los cabellos, le mira esos ojos negros. Estaba rebuena, dice entre risas antes de depositar en el cesto de la basura una muñeca inflable de ojos negros, labios brillantes y espalda blanca.

2 comentarios:

Ana Corvera dijo...

César, cómo anda, me llegó su link y ya ve, aquí estoy visitando el animalerio. Suerte, seguiré visitando e igual le invito a mi blog. Ya sabe que aquí andamos,saludos.

Vania B. dijo...

Te pasaste, me esperaba cualquier final menos ese!.