miércoles, marzo 14, 2007

La noche de los laberintos (cuarta entrega)



Un grito se enredo en el árbol de los fantasmas. Eso dicen.

Fue el hijo de doña Petra el que vino a avisarnos, yo apenas iba llegando del jale (1) y salió ella toda contrariada, dónde anda el Zancas, nos preguntó, volteamos a vernos, nadie contestó, seguramente estaría con la Carmen, pos’ este anda diciendo que lo fregaron allá en el arroyo, dijo doña Petra señalando a su hijo, como ven, nos damos una vuelta, ya ven que al Zancas le tiene re mala fe, pero nomás yo me levanté, pos quién se iba a animar a fregar al Zancas, nos fuimos la doña, su chavillo y yo, cruzamos ahí por Santa María y cada vez estaba más oscuro, yo iba pensando que el hijo de doña Petra era un méndigo crío mentiroso, porque lo buscamos entre el arroyo, entre todo ese hierberío y nada, casi nos regresábamos cuando doña Petra lo vio, ay cabrones, qué le hicieron Zancas, grito doña Petra, ni siquiera lo conocí, aparte estaba bien oscuro, pero sabía que era él, donde está Rogelio, me preguntó, me quedé callado y volvió a preguntar lo mismo, doña Petra se puso a buscarlo, pero antes su hijo ya había bajado otra vez a avisar al barrio, se tardaron un chingo (2) en llegar, aunque ellos digan que se vinieron luego luego, unos se quedaron a buscarte, quemándose los dedos con los cerillos, con los encendedores, gritando tu nombre, nosotros traíamos al Zancas. Cuando llegamos a la luz, sentí que las piernas no me aguantaban, le vi la cara, era un amasijo de carne molida, negruzca, enlodada, y su vientre cubierto de lodo y sangre, le levante la playera y descubrí una piel inundada de ojos sangrantes, tenía más de seis piquetes, hondos, con saña, quise aferrarme bien a él y mi dedo se hundió en una de sus heridas, estaba caliente, también lo picaron en la espalda, en la pierna, vi mi mano que escurría sangre del Zancas, como si mi mano fuera parte de su cuerpo, él no se quejaba, sólo preguntaba por ti, por el Role, nosotros le decíamos que no tardabas, que ya mero ibas a llegar, busquen a Rogelio, fue lo último que le escuché, de repente su cabeza quedó colgando, ya no pudo sostenerla, quedó con los ojos abierto, como mirando hacia el arroyo, como si te buscara. Pinche Rogelio, por qué te fuiste.
Foto: Manuel Álvarez Bravo
.

martes, marzo 06, 2007

La noche de los laberintos (tercer entrega)


La noche estuvo fría, temblororsa.

Undostres. Undostres por mis amigos y por mí. Se escuchaba el grito y salíamos de nuestros escondites, jubilosos por el rescate, porque había que patear de nuevo un bote lleno de piedritas y correr a todo lo que daba nuestro pequeño y desnutrido corazón, alcanzar el sitio más oscuro, el más alejado, hacer complicidad con los perros y con los señores, con las señoras, aprenderles a los más grandes las maneras de esconderse, elegir el sitio y nunca declararlo, tener uno o dos o tres o más escondites, para que nunca nos descubrieran, a veces los mas grandes ayudaban, decían cual era el mejor lugar, cual era el prohibido, para donde no había que correr, como había que aguantar la respiración en medio de la oscuridad. A mí el Jorongo siempre me ayudaba, nada más me hacía señas y ya sabía yo para donde correr, o me hablaba quedito y me decía: Role, hágase para acá, métase entre esas piedras, póngase atrás de los botes de basura, métase a la zanja, no Role, más allá del arroyo no vaya.
El Jorongo era moreno, no muy alto, fuerte, se le notaban toditas las venas cuando hacía fuerza, cuando jugaba con nosotros al caico y pasábamos horas debajo del sol arrastrando las rodillas, las manos. También las venas se le saltaban cuando se enojaba, cuando subían los borrachos del Barrio de Santa María y cruzaban la calle mentando la madre a todos, y siempre el primero que respondía era el Jorongo, se quitaba muy despacio la camisa, se ajustaba el cinto y se ponía delante del que fuera, de los que fueran, primero trataba de calmarlos, pero había quienes nada más pasaban para pelear con él y le decían: tu me gustas Jorongo, vamos partiéndonos la madre. Y él nunca decía que no, se hacia para atrás, dejaba junto a su ropa los lentes y se movía despacito, flotando, como si estuviera en un juego o en una extraña danza, nunca hablaba, se dejaba ir, golpe tras golpe, unodostres, en las costillas, en la nariz, unodostres en los ojos, siempre hacía adelante, atinando más de los que recibía, con la sangre del otro marcando su ropa, unodostres, sus nudillos. Él nos enseñó a pelear. Nos llevaba al campo donde jugábamos fútbol y nos ponía a correr, horas y más horas corriendo, oliendo la basura, el estiércol de los cochinos, sintiendo el sol azotándonos la espalda, quemándonos el pellejo. Undostres. Unodos. Unodos. Tire primero la izquierda, luego la derecha. Rápido, más rápido. Unodos. No bajes por el arroyo Zancas. Unodos. Gire la cadera Role, ándele, más fuerte, eso, suba la mano, cuídese la barbilla, más arriba. Unodos. Los del Peñasquito van a fregarte. Unodos. Eso, ahí, no la baje porque le van a pegar, no la baje. Ya ve, por eso le pegan, porque no me hace caso, si la vuelve a bajar le doy más recio a ver si aprende. Tírelo derecho, con puros volados le van a partir su madre siempre. Unodos. Corre Zancas, que no te alcancen. Eso, cuídese la barbilla, ándele, ya ve, así se hace, qué le cuesta hacerlo bien. Póngase más vivo. Unodos. Tú me gritaste que me fuera. Undostrescuatro. Undostrescuatro. Cuando nos enseñó a bailar el primero que aprendió fue el Zancas, se movía fácil, nos decía que nos fijáramos en el Zancas, y el Lupillo se fijó y aprendió pronto y el Esteban también, y yo nomás no podía, órale Role, si no baila no lo llevamos a la fiesta, me decía el Zancas y el Lupillo. Undostrescuatro. Yo vi cuando caíste. Undostrescuatro. Pero ellos eran más grandes que yo, tres o cinco años de diferencia. Undostrescuatro ¿jugamos a las escondidas? Undostrescuatro ellos ya bailaban en las fiestas y yo nomás sentado ahí, al lado de don Tomás, o cuidando las botellas, la mesa, o la reja que servia de silla. Undostrescuatro ¿cuántas veces te patearon? Undostrescuatro. Hasta que llegaba mi mamá por mí o me mandaba hablar con alguien: le habla su mamá Rogelio, que ya se vaya pa’ la casa. Undostrescuatro. ¿para qué ibas con la Carmen? Undostrescuatro. Y me iba caminando todo triste porque ya no iba a ver como bailaba el Jorongo, pero cuando daba vuelta en el callejón, donde estaba la virgen, empezaba a soñar. Undostrescuatro. Voy a regresar Zancas. Undostrescuatro. Primero la izquierda, despacito, siguiendo la música, sin apretar tanto, menos tieso. Undostrescuatro. Unodos. Yo vi cuando te picaron. Unodos. Sin dejar de moverse. Unodos. Rematando con la derecha, cubriéndose la barbilla, tirando el recto o el oper. Unodos. Unadostres. El tiempo se acerca. Unadostres. Unadostres. Por mis amigos y por mí. No Rogelio, no vayas más allá del arroyo.